27 de octubre de 2010

Escucha

No lo tenía y por mucho que lo pedía, rogaba e imploraba, no se le escuchaba. Las palabras no son lo que significan, sino el significado que se le quiere dar y la mala memoria es la excusa, siempre, perfecta.

Decidió entonces comprarse un megáfono, a lo mejor, si lo decía más alto por lo menos lograría captar la atención. Lo encendió e hizo el típico sonido desagradable y gritó.

Nadie hacía siquiera el ademán de girar la cabeza. Incluso, a los pocos que lograba captar su atención se apartaban de él, sorprendidos, asustados. Gritaba cada vez más fuerte, como si eso ayudase a sus palabras a navegar por el océano del aire sin tempestades, resoplando y balbuceando con voz entrecortada.

Se subió en un banco de aquel parque repleto de gente con sus problemas, pero sin preocupaciones más allá de las suyas propias. Gritó, habló y susurró. Rió, lloró y se amedrentó. Se abrazó y se aplaudió. Encolerizó y se tranquilizó. No hay peor mordaza que la que no se ve pero impide ser, como la soledad en medio de una piscina de agua templada donde no tienes a quién hacerle el amor.

Como sombras, la gente avanzaba sin rumbo fijo, dirigiéndose como lo hacen los peces al caer en la red del pescador en línea recta, en vez de retroceder y escapar, tenían claro que ya eran presas.

Lo dejó estar.

Su mano cayó por el peso de aquel megáfono empujado por su propia desesperación y es que ser el único que oye en el mundo de los sordos hace desear ser ciego.

22 de octubre de 2010

Outlet

El mundo se le quedó grande. Antes lo llevaba de chaqueta, incluso varias tallas más pequeña. Ahora parecía un payaso sin circo.

Todo en lo que creía, sabía, siempre fue un sueño bordado. Los botones las conjeturas de las razones que se imponía a sí mismo, que a veces abrochaba a los ojales de la desesperación según apretaba el frío. La solapa el orgullo que llevaba por bandera de un país sin rey y en los bolsillos, guardaba algodón de azúcar por si algo se le hacía amargo.

Pero el roce hace el cariño, y aquella chaqueta no era sólo un trozo de tela con bordados, botones, ojales y bolsillos, era lo que un día fue. Quizás, algún día lo fuese otra vez. O no.

Con delicadeza se la quitó y la guardo en el armario de los recuerdos. 

Tenía que ir de compras.



18 de octubre de 2010

Deshaciendo juntos

Él prometió y ella se dejó engañar. Él la tomaba mientras ella se abandonaba al deseo. Un par de copas en el viejo bar de la esquina fueron cómplices del engaño.

No dejaron terminar de abrir la puerta y sus cuerpos ya prácticamente desnudos  se entrelazaban y confundían uno con el otro. El apresurado roce de sus lenguas expresaban el desinterés de ambos por el prólogo y el la tiró en la cama completamente descubierta ante él, abierta a todas las sorpresas que pudiesen inundarla por dentro.

Se excitaban y culminaban el estruendo de sus cuerpos retorciéndose como el fuego lo hace al consumir la madera seca. Un relámpago de éxtasis aíslo el aura que emanaban y los olores se magnificaron creando un río blanco de  promesas por cumplir. Y ella se estremeció.

Se reía mientras le miraba y él se engrandecía. Acariciaba su blanca espalda mientras la hablaba  de cosas sin importancia para él, que representaban el mundo para ella. Él, la susurraba en sus delicados oídos palabras que creía nunca había escuchado, adulaba su cuerpo surcado por el tiempo mientras con esas mismas palabras exaltaba su miembro. Y ella no podía más que sonreír.

Él, saboreaba su triunfo como un Dios se recrea al jugar al ajedrez siendo blanco y negro. La hablaba y halagaba mientras en su mente sabía, había sido la jugada perfecta.  El magistral engaño dónde su pequeña mariposa cayó sin remedio sedienta de amor. Y ella no podía más que gemir.

Y la oscuridad se hizo con aquella habitación de olor a motel. Abrazados a la pasión que allí unos  instantes antes se respiró, él suspiro y cayó dormido, mientras ella le miraba sin dejar de sonreír. Con cuidado se levantó y se posó frente la ventana de la habitación. Tras aquella ventana sólo quedaba la noche.

El vaho en el cristal dibujaba pequeñas formas efímeras que revelaban el secreto de la noche pasada. Pequeñas gotas caían tímidas con estupor en sus mejillas por lo allí ocurrido.

Y dibujó con sus dedos formas imposibles mientras de reojo le contemplaba desnudo, incapaz de defenderse de sus vacías palabras aliñadas con esperanza. Lo miraba y no podía más que sonreír.

Se vistió. Sentándose al lado de él, con un pequeño beso en los labios le despertó. Él la miró  y con un guiño atenuado por un leve movimiento de su boca, en su mente se regocijaba por su hombría y eso, advertía a través de la fina sábana que le excitaba.

Jugó por un momento con su pelo mientras la desabrochaba la camisa. Ella, tranquila, relajada, sinriente le habló: esto serán sesenta euros más.

14 de octubre de 2010

Héroe de carbón

Llevaba dos meses hablando con el mismo trozo de carbón. Con la pequeña navaja que llevaba siempre en el bolsillo, había tallado algo parecido a una cara en el lado más suave de la negra piedra.

Cuando se despertaba por las mañanas (o lo que él pensaba que era la mañana, ya que se le había vetado por orden de la naturaleza disfrutar del sol),  lo primero que hacía era saludar al que en esos momentos era su mejor amigo. Con la afilada navaja, cambiaba el gesto que dominaba a la piedra. Según se despertaba, reflejaba su estado de ánimo en aquel trozo inerte ya que no disponía de espejo donde mirarse, aunque tampoco le hacía falta, ya que sus músculos cada vez más débiles denotaban en todo su ser el agotamiento físico y mental al que estaba expuesto.

Quería correr, huir, mirar más allá y ver algo más que aquel viejo candil oxidado por las inclemencias de un agujero húmedo sin vida. Había sido embargada su libertad sin previo aviso. ¿Hasta cuándo?  ¿Hasta que Dios quisiera? ¿Hasta cuándo? Solo en esos momentos se acordaba de un Dios que sin rostro, se le venía a la mente unas veces para maldecirlo y otras para implorarle. Siempre se necesita algo a lo que asirse, aunque fuese un sustento efímero y frágil perdido de razón. Que mejor que algo en lo que no se cree para volcar en ello tus frustraciones, esperanzas y miedos, así, siempre se le echaría la culpa a alguien con quién jamás se podría discutir.

Daba vueltas en sus manos encallecidas a su nuevo mejor  amigo. Cada vez que lo volteaba, los cantos se le clavaban recordándole que aún seguía vivo. Cuando algo duele recordamos nuestra existencia, cuando algo nos alegra, nos preocupamos por vivir.

Tenía tiempo, ahora sí que disponía de el, aunque maldijera una y mil veces haber deseado tener tiempo sólo para él.  A veces los deseos de hacen realidad de la manera más irrealista y aunque en tu día a día juegas con esa posibilidad, nunca crees que te pueda suceder a ti, hasta que sucede.

Echaba de menos cosas simples e insípidas a las que nunca había dado importancia hasta el día de su confinamiento. Una hoja caer de un árbol, el viento que tanto le molestaba en la cara, los gritos insoportables de sus hijos, la mirada de su mujer, no poder llegar a final de mes. Todas esas cosas que le hacían ser él, antes sin importancia, ahora las necesitaba como el beber. Cómo necesitaba un buen vaso de agua.

Ya no le quedaban lágrimas, no por ganas, sino por desdén. Las lágrimas en ese momento, sólo servían para acelerar su estado de desnutrición, eran demasiado valiosas como para malgastarlas. Prefería sonreír, aunque no tuviese motivos. Sería que estaba llegando a un estado emocional atípico, no porque todo le diese igual, sino porque no tenía que disimular. Era lo único bueno de su entierro. O sería que algo bueno debía buscar antes que dejar a la locura se apresase de él.

En aquel agujero las cosas se podían confundir fácilmente. Una pequeña sombra podía parecer la silueta de su mujer, la luz del candil una pequeña vía de escapatoria, las rocas hundiéndose cada vez más el aliento de una salida, las voces en sus sueños pura realidad.

Sabía que llegaría. Llegaría el día en el que todo fuese una anécdota para contar.  Sabía que saldría de ahí tarde o temprano y que con el paso del tiempo, su historia llegaría a ser leyenda. Y llegó. Sin saber cómo ni porque, llegó. Su libertad por fin regresó junto a él y la esperanza que en muy pocas ocasiones rechazó le abrazó y formó parte de él. Volvería a ver caer las hojas de los árboles, volvería a enfadarse cada vez que el viento azotase su rostro, volvería a oír los gritos insoportables de sus hijos, volvería a ver la mirada de su mujer, volvería a no poder llegar a fin de mes. La leyenda de su historia cabalgaría a lomo de su dragón color gris metalizado impulsado por la mano del hombre.

Mientras subía a lo que creía el cielo, pues había estado preso en lo más adentro del infierno, oprimía a su negro amigo cómo si aquel oscuro agujero por que el ascendía fuese en realidad el retorno al abismo, no podía creerlo. Lo apretaba tanto que no se daba cuenta de que lo estaba haciendo añicos. Al llegar por fin a su cielo y necesitar esa mano para soltar las riendas de su dragón como los héroes antaño , se dio cuenta de que su infatigable amigo, ese que rió y lloró con él, decidió quedarse en aquel pozo por si algún día alguien se perdía y así poder rescatarle como hizo con él. Y no pudo más que reír y no pudo más que llorar y no pudo más que estallar de felicidad.

El polvo en el que se había convertido su gran amigo, con los años como las leyendas, lo habría convertido en piedra.

1 de octubre de 2010

Lobo sin alma

No me mientas, no me hagas creer tu realidad absurda cuando estás hablando con la veracidad encarnada. No hagas teatro delante de mí, ensaya solo para los demás, que yo ya me se tu papel de pobre desgraciado de la vida.

No me digas que no tienes tiempo, cuándo lo estás malgastando en ti y no en él, que es quién lo necesita. El ciclo lunar tiene una sola luna llena y tú aúllas sin cesar, aya luz u oscuridad.

  
Las lágrimas que se despedían de tus ojos,
Caían en mi alma,
Haciéndome culpable,
Sentimiento inexorable.

Me pedías compresión,
Más tiempo sin razón,
Recomponer lo perdido,
Como un lobo herido.

Suplicabas clemencia,
Ante el juicio previsto,
Nada se dejó al azahar,
Tus crímenes ya habían sido escritos.

Un volveré,
Con un jamás,
Sé que regresaré,
Yo no te permitiré entrar.

Maldita mujer me llegaste a llamar,
Sin razones ni porqués,
Las palabras se quedan vacías,
Cuando en tu boca suenan palabras tardías..

Mala madre me insinuaste,
Alejando a un hijo de su padre,
Treinta y seis lunas has ayudado,
Y ninguna ha sido a su lado.

El gen comparto,
de insinuaciones febriles,
De mi vientre salió,
Y de mi alma amamantó.

Aún espera,
El hijo del que al padre alejaron,
Que este se dé cuenta,
Que es él quién se aleja.

Historia mal contada del lobo sin alma,
Que aúlla incluso sin luna,
Llorando a desconocidos,
Aquello  que quiere oír su hijo.

No me culpes de tus errores,
No me hagas ciega si eres tú quién no ve,
No me cuentes ficciones,
De un cuento que ya me se.

Las lágrimas que se despedían de tus ojos,
Caían en mi alma,
Haciéndome culpable,
Sentimiento inexorable.