Miraba la Luz y le cegaba. Absorto en el amanecer de esa ventana cerraba los ojos esperando la oscuridad.
Los barrotes fríos se le clavaban en las manos llenas de callos, por los trabajos forzados. Su pena de por vida, la vida.
El no arrebató ninguna y sin embargo le concedieron otra. El arrepentimiento y perdón vergonzoso de su propia ira. La pena a vivir sin ganas ni motivos, sin arrepentimiento ni solución… ni aquel maldito momento ni lo que le espera. Quizás hubiese sido mejor que le arrebatasen la suya, habrían sido más misericordioso. Misericordia. Él no tenía derecho ni a pronunciar esa palabra. Ni siquiera había sabido usarla. Si los guardias le oían pronunciarla... en ese lugar el destino estaba marcado por la culpabilidad de lo que ellos quisieran hacerte culpable.
El arrepentimiento no calma las almas endemoniadas por actos ajenos. ¿Pena de muerte? Quizás.
Miró sus manos doloridas maldiciéndolas. Abrigó sus muñecas tapándolas con sus manos. Miró hacía arriba y deslumbro entre tanta luz un poco de oscuridad. El sol cegador engañaba a sus ojos abiertos de par en par con pequeños puntitos negros que se movían como si diminutos seres invadieran sus pupilas recordándole que la mañana había llegado. Su mañana, otra mañana más.
La sirena que hacía de despertador retumbaba entre las paredes de piedra. El sonido se le hacía melodía después de tatas mañanas. Era lo único agradable que oía desde hacía mucho tiempo. Al principio le recordaba a la sirena que se oía en las películas bélicas, cuando iba a ver un bombardeo y había que huir. Aquí no tenía esa posibilidad, así que acogió la melodía de la mañana como una amiga que le recordaba porque estaba ahí.
Ya no se permitía pensar ni soñar. Las noches las pasaba esperando la mañana cansado de tal manera que ni los pensamientos más fáciles se atrevían a llamar a la puerta de atrás de su cabeza.
El peor día era el domingo, o eso creía. Ya que después de tanto tiempo no calculaba bien los días ni las horas. Solo el día y la noche. Olvidado en un celda por cuestionar… y seguir cuestionando.
Recordaba la última vez que hablo con el religioso del centro y como este, intentaba una vez más entrarle en “razones”. “eres culpable de traición”, le decía mientras su mirada inquisidora le castigaba y vejaba.
Sabía que hoy sería su último día, vencería apoderándose de su destino. Había escrito con su propia sangre en las paredes de la celda con su intuición y sin luz. El religioso le había dado tarea. Que escribiera sobre su Dios, sobre aquel que decía no creer y lo firmara. “Firmarás con tu rubrica y lo escribirás de tu puño y letra para que conste que estás perdido” le dijo. Y lo había hecho. Había hecho un pacto de sangre consigo mismo y aquella fría celda que le encerraba por sus creencias.
La celda se abrió y salió al pasillo. Un centenar de hombres harapientos se cuadraba delante de cada una de las celdas mientras unos guardias los insultaba y escupían cuando pasaban al lado de cada uno de ellos. Golpeaban sus porras en los barrotes sin mirar que golpeaban realmente mientras gritaban palabras prácticamente ilegibles.
Un sudor frio le recorrió el cuerpo al saber que por fin todo iba a terminar, en cuanto los guardas vieran las paredes de la celda no le dejarían dar explicaciones. Pero estaba preparado.
Uno de los guardias se dispuso frente a él. Acercó su rostro de tal manera que sentía su aliento caliente y ebrio. Olía el olor a alcohol que desprendía por todos lados. El guardia abrió los ojos de tal manera, mirándole, acechándole que no pudo más que esbozar una sonrisa. Acto seguido sintió un dolor agudo en la cabeza y cayó al suelo como caen los edificios viejos vendidos a la dinamita, sin ninguna razón. Intento levantarse pero el pie del guardia se lo impedía, clavándole las botas. Sintió algo frio en la sien y como el guardia le gritaba tan cerca de la oreja que su saliva se precipitaba a su cara haciéndole parecer que ahora el borracho era él. Siguió riendo, esta vez a carcajada limpia mientras su cuerpo se fundía con el suelo.
Por un momento todo quedó en silencio y pensó que todo había sido un sueño, pero el dolor en la cabeza le volvió rápidamente a la realidad. Seguía inmóvil abrazado al suelo. El guardia de rodillas junto a él le agarró por el mentón y le alzo la cara. Le enseño lo que tenía en las manos, una pistola con la que jugaba entre su pelo. Ahora comprendía el frio que antes había sentido.
Un sonido hueco inundó el pasillo y todos los presos se echaron al suelo. El guardia que aún sostenía su cabeza la dejó caer impregnada de un líquido rojo que no podía ser otra cosa más que sangre. Las vísceras se esparcían por todas partes y el guardia se quito un trozo de sesos de la frente como si estuviese espantando moscas. Miró a otro guardia e hizo un gesto. Entre dos cogieron su cuerpo y lo arrastraron por el pasillo, hacía la puerta de atrás. Un camino rojo dejaba señal de la vida que ya existía. Sus compañeros le miraban atónitos, sin entender el porqué. Su cabeza distorsionada dejaba ver los pocos sesos que habían quedado dentro. Un agujero indescriptible a la mirada y el pensamiento no dejaba duda de que la vida se había marchado de aquel cuerpo.
-Llama al padre.- ordenó el guardia.
A los pocos minutos un hombre vestido con ropas limpias y bien cuidadas apareció. A cada paso que daba las personas que allí se encontraban se inclinaban y bajaban la cabeza a su paso, un paso erguido que ensombrecía cada rincón. Paró delante del guardia y le preguntó qué pasaba. Este señalo hacía dentro de la celda testigo de la propia muerte y alzo la cabeza señalándole que pasara.
El padre pasó dentro y su cara cambió. El gesto de dominancia cambio por uno de sorpresa y derrota. Letras imbuidas en la piedra de aquellas paredes le gritan en silencio. Un rojo oscuro como el color de la toga que vestía los domingos se le clavaban por todas partes sintiendo aquellas palabras como miles de soldados preparados para la batalla final.
-Dejadme solo.- Ordenó.
Se sentó en el catre y clavo sus ojos en la primera de las frases escondiendo sus manos dentro de las grandes mangas de sus vestiduras.
“¿Quiere que crea en un Dios? Está bien, creeré. Pero creeré en aquel que veo y siento no en el que quiera que vea y me hagas sentir.
Creo en un Dios cruel, que castiga sin ton ni son a sus hijos Creo en un Dios rencoroso que inflige dolor físico y moral. Creo en un Dios mal padre que cree que enseña a sus hijos fustigándoles con el hambre y la sin razón dejándoles morir con enfermedades. Mi Dios no comprende a sus hijos sino que les impone sus ideas antiguas, obsoletas y arraigadas en la tierra que pisamos obligadas por la sangre de sus guerras que en su nombre se hicieron, hacen y harán.
Creo en un Dios que se ha inventado el hombre para así tener la excusa perfecta para actuar en nombre de otro sin esperar consecuencias. El pretexto perfecto para una devoción mortal que consume las mentes de los más débiles y así hacer crecer el odio, la incomprensión y la tiranía de las ideas. Creo en un Dios que enseña a sus hijos a odiarse entre ellos. Un padre que malmete hasta la muerte y que no solo no cura sus heridas, sino que se jarta de ellas y exhibe orgulloso.
Dígame que padre, que buen padre que quiere a sus hijos como parte de él los sentencia antes de nacer.
Un Dios tan cobarde que prefiere ver sufrir a sus hijos como parte de él que son, a castigarse a sí mismo amargado por su propia frustración. Necesita alguien en quién volcar sus desgracias. Es más fácil desechar lo que creemos mal hecho a creer que el creador es quién lo está haciendo mal.
Y es que para ser padre no hay manual, religión o Dios, porque es un sentimiento tan grande y profundo que cualquier palabra escrita u horada se le queda tan corta que ni la oración más arraigada jamás sabrá lo que es querer tanto. Uno mismo se vuelve beato mirando la cara de su creación, maldiciéndote a veces por no poder haberlo hecho mejor pero siempre con una caricia en su mejilla, jamás deseando su destrucción.
Espero que su tarea para el domingo haya sido de su agrado, no me quería marchar.siendo un mal educado y por ello además de firmar su tarea impuesta, le dejo estas palabras escritas con mi propia sangre para que vea que por fin consiguió su propósito. Que creyese en un Dios
Soy semilla de ilusión, culpable de traición, pero solo si caigo en el camino. Tan solo soy, tan solo un viaje a la esperanza".
".