30 de diciembre de 2009

Más musiquita de la wena



Últimamente estoy muy musical. Os presento a Oomph! a aquellos que no tengáis 
el gusto.









27 de diciembre de 2009

Ciertas cosas sólo ocurren en Navidad...

Estabamos comiendo en casa de mis suegros y con mi habitual "voy a fumarme un cáncer" (soy así que queréis que os diga), salí a la parte de delante. Mientras me encendía el cigarro, vi desde la puerta que al vecino de enfrente le estaban pidiendo el aguinaldo (unos "niños" más altos que yo), pero mi sorpresa fue cuando vi que una de las niñas llevaba puesto el típico pañuelo  musulmán en la cabeza.

Así que dentro de mi estupefacción, decidí salir a la calle a observar el panorama. Eran dos niños y una niña musulmanes pandereta en mano pidiendo el aguinaldo... sí, mi vista no me había engañado a pesar de no llevar las gafas (y eso que un día confundí una bicicleta con un caballo).

Cuando terminaron con el vecino de enfrente (le sacaron aguinaldo) se dirigieron a mi:

-¿Nos das el aguinaldo?
-¿Pero vosotros no sois musulmanes?
Mutis por el foro.
-¿Sois musulmanes o no?
-No.
-Vale, pues si queréis aguinaldo, tú quítate el pañuelo de la cabeza y os lo doy.
-¿Nos vas a dar aguinaldo o no?
-Cuando se quite el pañuelo.

Se dieron la vuelta y fueron a la puerta del vecino de al lado. 

Realmente me importa un bledo que pidan aguinaldo o no, es más, soy atea hasta las cejas, pero me pareció tan denigrante, con tan poca vergüenza y respeto.

¿Cómo se interpreta esto? Porque aún sigo alucinada.

24 de diciembre de 2009

Las habitaciones de mi mente

Es difícil escribir cuando la mente está separada por tantas habitaciones y en cada una de ellas las paredes que protegen los pensamientos están recubiertas por papel sin terminar de poner y muebles por el medio.

Son habitaciones unidas unas con otras por puertas abiertas para la salida, pero cerradas para entrar. ¿Cómo salir de un sitio en el que no se ha entrado?
Cierro los ojos y las habitaciones se multiplican, anidando más papel mal puesto en sus paredes y muebles sin terminar de colocar porque apenas acabo de empezar a ordenar y ya ha aparecido una habitación más que necesita mi atención.

Este es mi pensamiento respecto a las circunstancias de la vida. Son pequeñas habitaciones que en muchas ocasiones se construyen sin permiso y de las que te tienes que ir encargando teniendo suerte, antes de que aparezca una nueva que necesita toda tu atención.

Así que cuando por fin  y sin saber porque han dejado de aparecer habitaciones nuevas y tienes tiempo para echar un vistazo a los habitáculos a medias, no sabes bien por dónde empezar y tienes que decidir cuál de ellas requiere más tu atención. ¿Cómo saber cuál te necesita más? En realidad no lo sabes y la mayoría de veces tardas tanto en decidirte  que mientras piensas y piensas aparece una nueva habitación y lo único que has hecho ha sido mal gastar el poco tiempo del que disponías. Pero a veces, se necesita ese tiempo.

En mi cabeza tengo una gran mansión, con miles de habitaciones y un gran torreón en el que me cobijo cuando necesito revisar los planos. Me siento frente a la ventana que deja atrás mi mansión y miro al frente disfrutando de la maravillosa vista a mis verdes montañas inundadas por la mar y observo ese majestuoso faro encendido y apagado por momentos. Ahora mismo me encuentro allí, observando el alboroto del silencio meciéndome en la mecedora de mi abuela Isabel mientras reviso los planos y acoto distancias entre ellas, tomándome el tiempo necesario para saber cuáles de ellas me necesita más.

Manos a la obra.

16 de diciembre de 2009



MusicPlaylist
Music Playlist at MixPod.com

Puede que un día
Sepa quien soy;
Saber de donde vengo
y saber a donde voy.
En realidad, ¿qué sé de mí...?
Tan sólo algunas cosas
que he acertado a descubrir.

No tengo ningún recuerdo,
De aquella vida anterior...
Perdido en este universo,
Sin ley... sin razón.

Quiero un día despertar y,
Al fin, poder recordar
El por qué hago una cosa
Sin haberla hecho jamás.
Encontrar la solución
A este mar de confusión;
Encontrarme con mis padres,
Mis amigos, mi amor...

Si es que lo hay...
Se que lo hay,
Pues noto un vacío
Dentro en mi corazón.
¿Dónde estará?...
¿Me buscará?...
Ahora estoy perdido
Y me deben de encontrar.

Recuerdo algún momento...
Igual que en una visión...
Lo que ya no diferencio
Es realidad de ilusión.

Quiero un día despertar y,
Al fin, poder recordar
El por qué hago una cosa
Sin haberla hecho jamás.
Encontrar la solución
A este mar de confusión;
Encontrarme con mis padres,
Mis amigos, mi amor...

Si es que lo hay...
Se que lo hay...

Recuerdo algún momento...
Igual que en una visión...
Lo que ya no diferencio
Es realidad de ilusión.

Quiero un día despertar y,
Al fin, poder recordar
El por qué hago una cosa
Sin haberla hecho jamás.
Encontrar la solución
A este mar de confusión;
Encontrarme con mis padres,
Mis amigos, mi amor...

4 de diciembre de 2009

Esos ojos verdes

Tras leer un fantástico post de Markos, donde también hace referencia a la idea Perséfone y su "concurso  de la mano de Hachi" no me he podido resistir a escribir. Así que aquí va.

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La vida que yo creía que me esperaba después de pronunciar el “si quiero”, enamorada de un príncipe azul, perfecto y maravilloso a mis ojos y a los de los demás, no era más que un espejismo multitudinario. Como en las peores pesadillas, aquel maravilloso noviazgo plagado de amor y “estar hechos el uno para el otro” se convirtieron la misma noche de bodas en un calvario.

Prisionera en mi propia casa, anulada por completo y con miedo, mi único salvavidas era él.

Un día le traje a casa. Lo regalaban en una clínica veterinaria y no me pude resistir. Era una bola de pelo atigrada con unos ojazos verdes que me eclipsaron por completo. No sabía qué explicación daría en casa  ya que me traería problemas… aunque sabía que hiciese lo que hiciese los tendría, así que decidí que esta vez, el problema lo crearía yo… no sería solo un desvarío transitorio para mi marido con el que machacarme una vez más. Esa vez sí, el problema lo había creado yo.

A pesar de reproches, gritos, zarandeos y alguna cosa más Cipri se quedó conmigo en casa.

En mi prisión de cristal lo único que me daba sustento era él. No sé como lo hacía, pero a pesar de estar dándose su paseo de todos los días por los tejados de la ciudad, cuando más le necesitaba siempre aparecía. Se acurrucaba a mi lado y me daba la patita lamiéndome la mano con esa lengua áspera que tanto caracteriza a los gatos. Se sentaba en mis rodillas, me miraba con esos ojos y me taladraba con su mirada y entonces brotaba de él un ronroneo que sonaba en mis oídos como una música celestial que me tranquilizaba.

Un día se enfrentó a mi marido por mí. No recuerdo que sucedió, solo que se abalanzó sobre él y me defendió. Un mico de apenas tres kilos saco toda la fuerza que yo no tenía dentro para a pesar de ponerse en peligro defenderme con lo poco que tenía.

Fue entonces cuando decidí que no podía seguir así. Una gran amiga me ofreció trabajo en Córdoba y armándome de valor, a pesar de tener más miedo que coraje me marché.

Aún recuerdo los últimos días en aquella casa tronchada por los celos, la incomprensión y el sentimiento de pertenecía que caía sobre mí, haciéndome tan débil física y sobre todo moralmente. Recuerdo como Cipri jugaba con el plástico de bolas que utilizaba para envolver lo poco que me llevé y como mi marido, a pesar de ni siquiera dejarme salir de casa hasta entonces, solo intentó echarme un polvo más encima de él.

Recuerdo ese par de días de mudanza con alegría sinceramente. Parecía como si Cipri me ayudará a decidir que llevarme y que no. Tampoco tenía mucho hueco en aquel Renault 5 de mi amiga, pero con qué cupiese el trasportín donde iba él, me era más que suficiente.

El día que nos marchamos mi marido me ayudó a bajar las cosas y meterlas en el coche alegremente. Tenía que seguir ejerciendo su papel de marido maravilloso y comprensivo ante los demás y dejó por un momento a la bestia encerrada en el armario. Mi amiga no me dejó a solas con él ni un segundo.

Cuando le indiqué a Cipri que se metiera en el trasportín no lo dudo ni un momento, de hecho creo que incluso me regañó por haber tardado tanto. Me miró, estiro el rabo, ladeo la cabeza y produjo un sonoro maullido. Cuando cerré la puertecita le di un beso en su hocico y le dije “ya está, nos vamos” y me volvió a maullar.

De camino a Córdoba se portó como un campeón. Lo tenía a mis pies y solo se quejaba cuando quitaba la mano del trasportín.

La verdad es que estaba muy asustada. A pesar de todo lo pasado y aunque sea incompresible seguía queriendo a mi marido y una bola en el estómago apenas me dejaba respirar. Las lágrimas no dejaban de fluir y muchas veces me nublaban tanto la vista que el camino que recorríamos me parecía más difuso que el que dejábamos atrás.

Cuando llegamos a nuestro nuevo destino y al abrir la puerta del coche, una bocanada de aire entró en mis pulmones, una vista diferente de lo que yo estaba acostumbrada y un aroma a azahar instintivamente esbozó una de las mayores sonrisas que jamás he podido alumbrar. Era libre a pesar de saber que no todo había terminado.

Saqué a Cipri del trasportín y le abrí la puerta. Sin pensárselo dos veces salió corriendo como un loco y comenzó a dar brincos. Cuando se tranquilizó vino a mí y se rozó contra mis piernas con su ronroneo particular pidiéndome que me agachara y lo cogiera.  Por muy estúpido que pueda sonar, nos abrazamos.
Cogida de la mano de mi gran amiga Marmen y teniendo en brazos a mi niño, en cuestión de segundos supe que, a pesar de  que iba a ser duro, lo íbamos a conseguir.

Pasaron los meses y ambos éramos muy felices. Cipri seguía dándose sus paseos, pero está vez en vez de por los tejados de una gran ciudad, lo hacía por los jardines verdes y árboles majestuosos que había por aquella zona de chales. La verdad es que el cambio no estaba nada mal.

En aquella época, cuando me miraba con esos ojazos verdes y me ronroneaba sentado en mi regazo mientras yo le acariciaba, de la daba las gracias por estar conmigo, defenderme y darme todo lo que necesitaba sin pedirme jamás nada a cambio. Sus miradas eran complacientes y sus gestos únicos y dedicados sola y exclusivamente a mí. Es un sentimiento tan grande, tan profundo que sé que a ojos que no hayan vivido algo así se escapa a su realidad.

Un día, Marmen y yo nos fuimos no recuerdo exactamente a qué. No me iba tranquila, porque Cipri no había vuelto todavía de su paseo y no me gustaba irme de casa sabiendo que él andaba por ahí. Montadas en el coche y dirigiéndonos a no sé donde, algo me punzó el pecho y le dije a Marmen que diese la vuelta, que teníamos que regresar a casa, algo pasaba. Al llegar a la puerta del jardín no lograba abrirla. Cuando por fin lo conseguí no sé porque pero comencé a llamar a Cipri.  Desesperada al no tener contestación le llamaba más y más fuerte hasta que Marmen me increpó y me pidió que me callara… se oía un leve maullido. Me acerque y lo vi. Estaba tumbado en el césped con su precioso pelo brillante y largo estirado como si fuese una cara alfombra de angora. No se movía, lo habían atropellado y no sé cómo pero fue capaz de llegar hasta casa solo para buscarme. Le cogí en brazos y le puse sobre mi regazo para acariciarle y hacerle sentir que no estaba solo. 

Murió en mis rodillas tranquilo y feliz, lo sé, sé que fue así. Parecía que el destino lo había puesto en mi vida hasta que encontrara el camino… y al igual que llegó de repente cuando más le necesitaba, se marchó cuando mejor estaba. Pero me seguía y me sigue haciendo falta. Y a pesar de que hayan pasado diez años desde entonces, a veces me parece oír su ronroneo cuando decaigo.

Y por muy triste que pueda parecer este final, realmente no lo es. Porque cuando pienso en él  sonrío por todo lo que me dio y significó en mi vida. Porque el recuerdo que tengo es tan maravilloso que siempre me vienen a la mente esos enormes ojos verdes diciéndome tanto con tan poco.