6 de noviembre de 2016

Mi

Cinco años, cinco años que dejé de publicar. Pretérito perfecto simple del verbo dejar. Que palabra más triste, que proposición más cobarde. He sido una cobarde.

Sentía y siento que mis palabras y sentimientos se unen, se entrelazan como las manos cuando hace frío. Se funden como si de una sola se tratara intentando huir de aquello que por mucho que se quiere, sigue estando ahí. Me abandoné. Me precipité aceptando que lo que fluye desde mi seso y enreda con lo que bombean mis entrañas no era suficiente al ser, en esta etapa de mi vida, atribulado. Para que llorar, a nadie le gusta llorar y mucho menos que te vean haciéndolo aunque no se caiga una sola lágrima. Es más fácil sonreír, carcajear y recurrir a la ironía para darle un toque sin importancia a lo que te quita la vida. Bienvenida madurez.

Escribir es, para mi, un espejo. Me reflejo, me intuyo, me odio y me amo, me impaciento y me sosiego. Me desnudo. Me quedo sin para darlo todo.

Cinco años en los que no se cómo he podido seguir. Cinco años en los que mi temor a despojarme de mi han vencido la necesidad de lo que necesitaba yo. Así, sin más. Pensando en ellos, aquel: me olvidé de pensar en mi. Craso error.

Y escribiré lo que salga, a pesar de ser yo quien lo haga y cómo lo haga. Lo haré porqué así me da la gana. Hoy lo creo así, mañana será mañana y no está en mis manos lo que quiera que sea recorra mi alma. No está en mi juicio ni mi interior lo que ha de suceder. Es aquí, ahora, cuando mis ganas acechan perturbadas. 

Mi: determinante posesivo. Por fin estás aquí. 








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