30 de agosto de 2009

Amanecer sin retorno

Su tos cada vez era más fuerte. El aire que se respiraba en aquella habitación era impenetrable. Encendía un puro tras otro mientras no dejaba de mirar por la ventana, sabía que en cualquier momento vendrían a por él.

Con las luces apagadas, solo se intuía su rostro cuando inspiraba el humo del habano. Su cara, coloreada por el color rojo del tabaco por apenas unos segundos descubría una cara morena y curtida por los años.

Con la otra mano jugaba con los hielos que habían aguado el whisky de 20 años que guardaba para una gran ocasión, esta ocasión.

Eran las cinco y media de la mañana. Todos sus recuerdos estaban empaquetados en dos cajas. Donde iba no necesitaba más, ni había hueco para más.

Sus hijos le habían prometido que la residencia que ahora sería su hogar era el mejor sitio para él. Invalido no podía cuidarse a sí mismo y necesitaba que estuviesen siempre pendiente de él.

Entre la oscuridad de la habitación miles de pensamientos inundaban su viejo cerebro mezclando vivencias con ideas, posibles equivocaciones con acertadas situaciones, amores perdidos con besos robados y cambios, muchos cambios que habría hecho si algún día hubiese sabido todo lo que sabía en este momento.

Pero si algo le martilleaba, si algo le impedía avanzar lo poco que le quedaba con paso firme, era la cara de aquel joven que un día apaleó. Aquel joven de raza étnica que se cruzo una noche con su borrachera y amigos. Como no unirse a la fiesta de golpes, como dejar a sus amigos solos saboreando el placer de humillar a un ser humano a su voluntad.

Pero su cara, sus gritos, desde aquella noche le acompañaban. Su negra cara envuelta en terror le acompañaba cada noche apoderándose de sus sueños y convirtiéndolos en pesadillas reviviendo aquella visión una y otra vez.

Ya eran las siete. Puntual la ambulancia que le llevaría a su nuevo hogar venía ya a por él.

-Papá, vienen a por ti, no te preocupes, yo iré contigo atrás. Verás cómo te gusta. Tienes unas vistas estupendas, la comida es fantástica y hemos contratado una persona para que este pendiente de ti prácticamente las veinticuatro horas al día. Es encantador- dijo la hija mientras le quitaba el puro de la mano y lo apagaba en el cenicero.

El padre, no pudo más que sonreír mientras giraba su silla de ruedas dirigiéndose hacia la puerta y echando un último vistazo a su ya perdida habitación.

-Lo que no entiendo es que vengan tan tempano, no me van a dejar ni desayunar tranquilamente.

Dio un último giro a su silla y desde la puerta miró por última vez hacia la ventana.

-Papá, este es Mohamed y se encargará de suplir todas tus necesidades- dijo la hija esbozando una gran sonrisa.- Te dejo con él para que os vayáis conociendo.

Él, no pudo más que temblar al ver aquel rostro que le miraba. Esos ojos grandes de gran fondo blanco que lucían en contraste con su piel negra eran imposibles de olvidar. Aunque hubiesen pasado más de veinte años, jamás habría olvidado esa cara.

-No se preocupe Don Paco, sé que sabe quién soy y yo sé quién es usted.- Dijo el enfermero mientras no dejaba de sonreír.- No se preocupe y deje de temblar. Aquella noche ya temblé yo por los dos.

-Yo, yo, yo…- Balbuceaba el anciano.

-Usted nada. Usted va a venir conmigo. Yo he venido a hacer mi trabajo, que es darle la mejor vida posible de lo poco que le queda. Recompensaré lo que me quitó aquella noche dándoselo a usted en sus últimos pasos.

-Lo siento, jamás sabrás cuanto lo siento.- Decía el anciano mientras lloraba.

-Lo sabré cuando vea su cara cada vez que le bañe y se vea desnudo a mi merced, cuando le dé de comer porque las fuerzas ya no le acompañen y sepa que no muere de hambre gracias a mí, cuando le limpie el culo para que no le salgan llagas, en esas y otras muchas ocasiones, lo sabré.

-¿Pero porque?

- Porque la dignidad que me arrebató aquella noche se la regalaré a usted. Ya no tiene cabida en mí.

27 de agosto de 2009

Mi hijo no es perfecto

No, no lo es. Y por eso no le quiero menos.

Es intransigente, cabezón y desobediente. Tiene orejas de soplillo y le huelen los pies.

Cuando digo este tipo de cosas, muchos padres/madres se llevan las manos a la cabeza y no comprenden cómo puedo decir cosas así de mi hijo. A ver Señores, más que yo no quiere NADIE y repito NADIE a mi hijo. Es mi vida y sin vida, me muero como cualquier cosa que respire pero eso no quite ver la realidad de las cosas.

¿Cómo puede una madre criticar a su propio hijo? Porque le quiero más que a mi propia vida, por eso y quiero que sea un hombre realista con sus cosas buenas y malas y porque no nacemos enseñados ni deberíamos ser cabestros dejados de la mano a la perfección que muchos padres pretenden dar a algo que por naturaleza es imperfecto, el ser humano. Y de ahí, de esa imperfección nuestra belleza.

Soy yo la que no entiende a esos padres que defienden a capa y espada actos de sus hijos que no lo deberían ser. Así, señores, es como estamos criando a niños y adolescentes sin sentimientos, egoístas y egocéntricos que se creen perfectos y maravillosos, cuando nadie, repito, NADIE lo es.

-Mi hijo no pega (si pega bonito, tiene muy mala leche pero para eso estas tu, para aceptar que es un pegón y remediarlo para que el día de mañana no sea un matón).
-Mi hijo no es un envidioso (no… solo tiene que tener el último juego de la PlayStation porque le queda un hueco libre en la estantería y taparlo con un libro no molaría ante sus colegís).
-Mi hijo no tiene orejas de soplillo (si las tiene, cada vez que mueve la cabeza se mueven los árboles del aire que crea, pero por ello no le quieres menos, aunque así lo que das a entender es que te avergüenzas de algo que has creado tu y que eres tu. A ver, que los genes son los genes y si te pareces al Fary pues no pretendas parir a Brad Pit).

Y así podría seguir con infinidad de cosas que muchos padres se niegan a ver, que no tienen absolutamente nada de malo hasta que ellos llegan y lo esconden, entonces es cuando no tienen remedio. Cuando su perfección imaginaria crea a pequeños monstruos.

Tenemos que aceptarnos con lo bueno y malo, y ahí está la coherencia del adulto para dar a entender a los niños que no son perfectos y que por eso nos necesitan, para enseñarles lo que es el amor incondicional, el querer a nuestros hijos por lo que son y no por lo que nos gustaría que fuesen.

Hay que enseñarles a creer en si mismos, por lo que son y pueden llegar a ser. Hacer que su autoestima les acompañe siempre.

No son trofeos, son personas en evolución y dependen de nosotros para guiarles y educarles, para que se acepten como lo que son y como son.

Debemos encaminarlos por el camino debido respetando lo que hay a su alrededor y no dejarles campar a sus anchas, porque amigos míos, nuestros hijos serán padres el día de mañana y yo, a título personal quiero que mi hijo sepa lo que es y se quiera tanto por ello que sepa hasta dónde puede llegar y se conozca tan bien que no tenga miedo de sus propios sentimientos o aspecto físico y se diga así mismo “que razón tenía mi madre, no soy perfecto y eso me encanta”.

Así que seguiré acostándole leyéndole un cuento y cuando me acerque a darle el beso de buenas noches y decirle cuanto le quiero, le seguiré diciendo “como me gustan esas orejas de soplillo que tienes” mientras se las acaricio y él, como todas las noches me sonreirá y me abrazará.

25 de agosto de 2009

Llueven cenizas

Miro desde mi acera a la gente pasar. No entiendo nada.

Van todos deprisa, sin mirarse unos a los otros. Espío sin esconderme los gestos y miradas de la gente. Somos auténticos desconocidos.

Los pies de la multitud siguen un camino aún no descrito, pero parece que andan con seguridad, aunque sin saber a dónde. Se empujan unos a otros martilleando el suelo con sus pies casi descalzos. Han pedido voluntarios para ir a la zona nueva.

Esta vez no nos han gritado, empujado o apaleado, simplemente han dado libertad de decisión.

Yo prefiero quedarme aquí, no creo que haya nada mejor, ni peor. Sé que mi ración diaria de patata y agua no me faltará y ya conozco a los guardias. Sé a quién debo y quién no mirar a la cara.

Mírales. Están ansiosos por conocer el barracón nuevo. Hay familias enteras agarrándose de las manos para no perderse en el gentío. Aquí si te pierdes nadie te ayuda, somos demasiados como para estar pendientes unos de otros. Yo me quedo aquí, ya he luchado bastante por lo poco que puedo tener y no me quedan fuerzas para luchar de nuevo. Solo puedo esperar, tengo el tiempo que ellos me quieran dar para esperar.

Ayer discutí con mi profesor de música. Quién diría que acabaríamos aquí juntos. No nos soportábamos fuera y sin embargo ahora es lo más parecido a un mejor amigo. Él se va. Intento mascullar entre la gente para poder verle y despedirme de él con una gran sonrisa.

Menuda sonrisa la mía, faltándome dos dientes después del puñetazo que me pego un guardia. ¿Cómo iba a saber yo que tener el anillo de casado iba contra las normas?

Mi esposa. ¿Dónde estarás? Te recuerdo tan claramente. Nuestro último día juntos, escondidos en aquel sótano hasta que nos encontraron y nos separaron. Doy gracias por no tener hijos, no creo que lo pudiese haber soportado.

Creo que le veo. Sí, allí esta.

Alzaré mi puño en señal de victoria para celebrar con él su suerte. Que me vea contento por él, aunque solo pueda pensar en que se vaya pronto para ir a por la comida. No quiero quedarme sin mi ración.

Ya casi han pasado las puertas al nuevo barracón. Menos mal que lo he perdido de vista, no podía tener por más tiempo el brazo alzado, las fuerzas hace tiempo que me abandonaron. La verdad es que no entiendo como hemos podido resistir tanto. Sin apenas comida, defecando en prácticamente cualquier lado. Los primeros meses esto parecía un cementerio. No había más que cadáveres por todos lados tapados con mantas. Los guardias no los retiraban, hasta que vino alguien importante y nos hizo a nosotros mismos retirarlos, cavar hoyos, quemarlos y enterrarlos.

Las enfermedades se apoderaban de nosotros como cuando el fuego apresa un árbol y no lo deja hasta haberlo consumido por completo. En cierta manera es mejor así, más comida a repartir.

Han cerrado la verja. Ya no los veo.

Dicen que en el nuevo barracón hay duchas. Creo que por eso si mataría, incluso más que por la comida. Hace que no veo agua clara desde aquella noche en el sótano. Mi esposa… como te echo de menos.

Me parece oír un tren. Harán una nueva selección y se nos llevarán. Corre el rumor de que están haciendo vías nuevas y necesitan a gente. Lo que no entiendo es porque se llevan también a los niños y ancianos. Es una muerte segura para ellos. Aunque eso a ellos, no creo que les importe y la verdad es que a mí tampoco. No sé si quiera si ya quiero resistir o esperar.

Nos mandan formar. Los altavoces repartidos por el campo no se oyen muy bien pero sabemos que eso es lo que hay que hacer.

Intentaré ponerme en las filas de atrás. Si voy en ese tren moriré seguro, no creo que mi cuerpo aguante mucho más. Soy lo más parecido a un perro apaleado que en vez de morder para así defenderme, chupo la mano de cualquiera que se me acerque suplicando clemencia.

Me han elegido. Me voy en ese tren. Ahora soy yo el que formo parte de una multitud de fantasmas.

Camino hacia el tren puedo ver entre los barracones viejos el nuevo. Es de cemento. Tiene una gran puerta gris metálica, pero no veo ventanas.

Nos meten a empujones en los vagones. Apenas entramos y el olor es insoportable. Dicen que vamos a otro campo nuevo, que allí hay barracones nuevos como el que han hecho aquí.

A lo mejor la guerra va a terminar y nos quieren tener en mejores condiciones por el que dirán.

El seco sonido de la puerta del vagón se me ha metido dentro. Siento como si mi corazón hubiese dado su último latido con ese sonido. Debería estar acostumbrado. Ya es mi cuarto viaje.

Debe faltar poco para que empapen los vagones. En el viaje no nos dan nada. Sacaré mis manos por las rendijas e intentaré sentir el frescor. Con suerte podré llevarme algo a la boca.

Desde aquí veo el nuevo barracón. Se ve limpio, pulcro. El tono gris del cemento le da un aire de grandeza en medio de todos estos barracones de madera vieja y corroída.

Siento el agua caer a través de los palos de madera del vagón. Tengo que intentar coger algo de agua y empaparme en ella, el calor aquí es insoportable. La gente esta chupando las paredes desesperada por que algo caiga en sus gargantas.

El poco agua que chupo de mis manos sabe raro. Tengo las manos grises. Está lloviendo, pero el agua que cae en mis manos es de las mangueras no del cielo. Llueven cenizas.

El nuevo barracón tiene una gran chimenea esculpida en el suelo mirando al cielo. Es preciosa. Altiva, fuerte, dominante.

Espero que mi nuevo barracón tenga una gran chimenea como esa donde poder secarme después de darme una ducha… por fin, una ducha.

12 de agosto de 2009

Tormentas

Las tormentas eléctricas eran cada vez más seguidas, dentro de poco iba a ser casi imposible salir al exterior.

Aún recordaba cuando de niña miraba atónita a través de la ventana de su habitación las tormentas. La encantaba observar el baile de luces marcadas por los relámpagos en el cielo y los sonidos estremecedores de los truenos y el agua cayendo en el suelo. Los olores húmedos y la oscuridad en pleno día que imponían las nubes color ceniza. Sin embargo ahora apenas caía agua. Solo eran sables centelleantes cayendo sobre la tierra cada vez más muerta.

Eran las tres y cuarto, hora de cargar los barriles de plástico y salir a por la poca agua que quedaba en las charcas del barranco. Apenas tenía quince minutos para ir hasta allí, cargar y volver antes de que el sol abrasador decidiese marchar de nuevo dejando paso a las tormentas que esta vez durarían según los caculos unas tres semanas.

Se cercioró de llevar todo lo necesario. Tres bidones, una cuerda y la escopeta cargada además de suficiente munición por si en el camino se encontraban con alguno de esos bichos gigantescos.

Aún no entendía como podía ser que las cucarachas no solo fuesen el único animal que sobrevivió a aquel holocausto sino que desde entonces se convirtieron en las reinas de un mundo en el sobrevivían a fuerza de comerse unas a otras y masacrando a su paso a todo lo que se encontraban. Primero atacaban en equipo. Como grandes colmenas de abejas pero sin alas, en vez de poseer los cielos poseyeron la tierra con su gran manto negro. Cuando la comida fácil se les terminó comenzaron a atacarse unas a otras al principio por hambre después… por simple sed de sangre. Quién la iba a decir que ahora ellas también eran su cena.

Se asomó a la entrada de la abrupta cueva que era su hogar desde hacía una década. Tenía una vieja batería de coche enganchada a una cama de muelles que hacía de barrera. Miró el reloj de su muñeca, conto el intervalo de tiempo entre el trueno y relámpago “1, 2, 3, 4… ¡Ahora!” Corrió colina abajo sin mirar hacia los lados con los bidones colgando de su cintura atados con las cuerdas y la vieja escopeta montada en su hombro mientras sus manos la agarraban con fuerza. Corría colina abajo con su mirada centrada en el pequeño barranco con el preciado tesoro esperándola. Podía estar sin comer varios días, su cuerpo ya estaba acostumbrado pero el agua lo necesitaba aunque estuviese encharcada y poco oxigenada.

Al llegar al barranco no vio agua, solo tierras embarradas de las que era imposible sacar nada y tan solo la quedaban nueve minutos para volver. Metió las manos en el barro apartándolo con pisa para ver si en el fondo había algo que pudiese aprovechar. Cavaba y cavaba de un lugar a otro sin encontrar más que fango y lodo. Quedaban seis minutos y necesitaba tres para volver.

Desesperada grito con desesperación y algo se movió frente a ella. ¡Era un niño! Este la hacía gestos para que la siguiera. No podía dejarle allí a pesar de la tormenta.

Se dirigió hacia él a través del barro cayendo sin cesar y entrándole el fango por los ojos.

Desesperada agarró al niño por el brazo y lo arrastro por el camino pantanoso que había hecho al ir en busca de él. El niño la empujó ante la incredulidad de ella. “No me arrastres contigo, déjame vivir”.

Comenzó a sentir unos pinchazos en el bajo vientre. El dolor era tal que se encogía de dolor. El niño se arrodilló ante ella y utilizó sus pequeñas piernas como almohada para sostenerla la cabeza mientras la acariciaba el pelo.

- Tranquila, no pasa nada, es algo normal- decía el niño mientras la sonreía.

- La tormenta en breve comenzará y no estamos a cobijo, moriremos- decía ella entre sollozos atada por el dolor al suelo.

- Las tormentas tiene que suceder, es así. Durante siglos ha sido así solo que tu las temes más que las demás. Con lo que te gustaban cuando eras niña y ahora las utilizas para esconderte en tu cueva primitiva escondiéndote de algo que solo tu puedes superar. Recuerda que era lo que más te gustaba después de esas tormentas. La calma… esa calma inconfundible y pletórica que te hacía sentir tan grande y pequeña a la vez.

- No sé de que hablas niño. ¡Vete y escóndete!- respondía mientras los dolores eran cada vez más agudos y seguidos.

Un trueno se oyó en la lejanía seguido de un segundo y tercero que hacían a pesar de estar tan lejos temblar el suelo.

-¡Vete! La tormenta ya está aquí y yo no podré escapar, pero tu sí. Vete a donde quiera que estuvieras y quédate allí- decía entre gemidos.

-¿Pero no entiendes que estoy aquí por ti? Soy tu y si no te enfrentas a lo que debes ambos caeremos sin remedio. Mamá, empuja y deja este mundo imaginario que has creado. Déjate vencer por la tormenta y baila con ella, yo te estaré esperando.

El niño desapareció. Los truenos y relámpagos jugaban entre el cielo y la tierra mientras ella los observaba. El lodo la cubría por completo y el dolor se había trasformado es un machete que la partía entre sus piernas.

-¡Se está despertando! ¡Doctor!

Abrió los ojos y una luz cegadora la obligó a cerrarlos de nuevo. Oía voces a su alrededor que no reconocía.

-¡Empuja, empuja!- gritaban.

Empujaba sin cesar instintivamente a pesar de que el tormento que la provocaba cada empujón la dividía en dos. Con los ojos abiertos y sin entender nada venía a enfermeras corriendo de un lado a otro:

-¡Esto es imposible! ¡Estaba en coma profundo! ¡Empuja hija, empuja!

El silencio se hizo en la blanca sala y el llanto de un niño acaparó por completo el mutismo que envolvía el quirófano.

Una enfermera lo cogió y cuidadosamente lo rodeó con una manta y se lo acercó a su madre:

-Bienvenida, aquí tienes tu pequeño milagro.

- Gracias por venir a buscarme. Agua, te llamarás agua.